Olé Allais

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Con el título Morir de risa. Historias gatonegrinas se ha publicado en español una selección de cuentos del gran Alphonse Allais (1854-1905), un breve pero e impagable testimonio de lo que fueron los cabarets literarios parisinos. Edita El Olivo azul en su colección errantes.
El farmaceútico Alphonse Allais, destacado hydrópata y fumista, fue uno de los imprescindibles del famoso cabaret Le Chat Noir – y de la revista homónima – para la que escribió un sin fin de monólogos y canciones. Siendo su obra prolija – llegando a escribir mil setecientos relatos y varias obras de teatro – Allais debería ser conocido al menos por su activa participación en los Salons des Arts Incohérents, donde pudo presentar sus famosos cuadros monocromáticos Récolte de la tomate par des cardinaux apoplectiques au bord de la mer Rouge (Recolección del tomate por cardenales apopléjicos a orillas del Mar Rojo), Première communion de jeunes Filles chlorotiques par un temps de neige (Primera comunión de niñas cloróticas en tiempo de nieve), así como su epatante composición musical, sin una sóla nota Marche Funèbre composée pour les Funérailles d’un grand homme sourd (Marcha fúnebre compuesta para los funerales de un gran hombre sordo). A estos trabajos, precursores del dadaísmo, podemos añadir además sus poemas holórrimos y objetuales, que desbordan por su naturalidad y sarcasmo, tanto a los juegos surrealistas, siempre lúgubres y pretenciosos, como a las charadas oulipianas de Raymond Queneau o Georges Perec.

Como quiere Patricio Pron, Allais emplea en sus relatos la mayor parte de los recursos humorísticos prescriptivos (el retruécano, la escatología, la sátira, la parodia, el epíteto, el comentario disparatado, la interpelación al lector, etcétera) y conforma un singular mundo caracterizado por el absurdo. En sus cuentos Allais se mofa de los pasmados, los vegetarianos, los patriotas, las mujeres en todas sus variedades, se burla de la vida burguesa, del amor y del matrimonio:

Contrariamente a la estética de la gente delicada, prefiero las mujeres de los amigos a las de otros: así uno sabe con quién está tratando

Perfectamente y sencillamente caracterizados, sus personajes, despiertan una mezcla de compasión y perplejidad porque parecen salidos de los cuadros de Rousseau, Renoir y Van Gogh. De los 45 cuentos publicados en Morir de risa, mis favoritos son, siguiendo el índice: Un filósofo, sobre la bondad de un cornudo aduanero, Un drama muy parisino, que fue justamente reseñado por André Bretón en su Antología del humor negro; S’ñorita miss, absolutamente incorrecto hoy en día por pedófilo, Un buen pintor, pues compone a la japonesa hasta pegando sellos, y seguramente Un invento, jocoso monólogo donde se redescubre un conocido artilugio para la lluvia.

La edición del Olivo azul Morir de risa, traducción de À se tordre, viene a complementar dos recientes antologías. La primera, Fumisme, de la editorial L’albí, en catalán, lengua más propicia que el español para gozar de Allais, donde podemos encontrar in extenso lo citado por Bretón. La segunda El Captain Cap,  sus aventuras, sus ideas, sus brebajes, de la editorial Berenice. Esta novela inspirada en Albert Caperon, camarada de Allais, se inicia con la candidatura del Capitán a las elecciones legislativas francesas de 1893 por el IX distrito de París. El programa apuntaba soluciones tan brillantes como:

1°) Establecimiento de un fuerte sobre la colina de Montmartre, 2°) Establecimiento de un observatorio en la misma colina; 3º) La plaza Pigalle, puerto de mar; 4°) Fabricación de blancos grasos en Francia; 5°) Supresión del impuesto a las bicicletas; 6°) Restablecimiento de la libertad de las costumbres en las calles con vistas a la repoblación; 7º) Prolongación de la avenida Trudaine hasta los grandes bulevares; 8°) Supresión de la burocracia; 9º) Establecimiento de una Plaza de toros y una pista náutica sobre la colina; 10°) Supresión de la Escuela de Bellas Artes, etc; etc.

El suceso en sí fue perfectamente real y Caperon obtendría la modesta suma de 176 votos. Cuentos aparte y por lo que se refiere a las actividades de Alphonse Allais en el Salon de los Incoherentes, mencionaré que, como prácticamente toda la tradición satírica moderna, se ignora adecuadamente en nuestros planes de estudio.
Luis Armand. UPV
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Allais, Alphonse. À se tordre. Flammarion. 2002.
Allais, Alphonse. Par le bois du Djinn. Parle et bois du gin. Poésies complètes. Gallimard. 2005.
Charpin, Catherine. Les Arts Incohérents (1882-1893). Éditions Syros Alternatives. Paris 1990.
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A destacar la visita virtual al Museo Alphonse Allais
Con una versión algo más resumida del libro de Charpin
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Quizá sea porque los bocales de la farmacia donde Alphonse Allais pasó su infancia no reflejan nada sombrío – sobre ellos, el cielo de Honfleur tal como lo pintará más tiernamente que nadie Eugène Bondiny no menos familiarizado que Courbet y Manet con la tienda paterna- pero es excepcional que su obra enteramente humorística traiciones una aprehensión grave u oculte la más leve segunda intención. Si, pese a todo, se emparenta con los autores incomparablemente más nocivos que marcan el tono de esta colección, es menos por la sustancia clara y casi siempre primaveral de sus cuentos, cuyo aroma raramente es amargo, que por el ingenio con el que ha hostigado, bajo mil formas distintas, la estupidez y el egoísmo pequeño-burgués que culminaron en su tiempo. No solamente no perdona ninguna ocasión de zaherir con burlas el lamentable ideal patriótico y religioso de sus conciudadanos exasperados por la derrota de 1871, sino que sobresale en poner en dificultad al individuo satisfecho, deslumbrado de perogrulladas y seguro de sí mismo que encuentra cada día en la calle. Su amigo Sapeck y él reinan efectivamente sobre una forma de actividad casi inédita hasta ellos, la mixtificación. Puede decirse que con ellos ésta se eleva a la altura de un arte: se trata nada menos que de manifestar una actividad terrorista del espíritu, con innumerables pretextos, que pone en evidencia el conformismo medio, gastado hasta los huesos, de los seres, y que descubre en ellos la bestia social extraordinariamente limitada y la acosa arrancándola poco a poco del marco de sus intereses sórdidos. Hay en esto un llamamiento a la razón de ser que equivale a la condena de muerte: «Igual que sus antepasados sobre las barcas, dirá Maurice Donnay, remontaban el curso de los ríos, él remontaba en sus cuentos el curso de los prejuicios”. No queda lejos la sombra de Baudelaire y, en efecto, los biógrafos nos recuerdan que cuando el poeta iba a Honfleur, a ver a su madre se complacía en visitar al padre de Alphonse Allais y marcó sin duda su huella sobre el niño (al fin de su vida, Alphonse Allais habitará la “casa Baudelaire”). La existencia de Alphonse Allais está ligada al astro, rápidamente periclitante, de las excéntricas empresas que fueron sucesivamente los Hidrópatas, los Hirsutos y el Chat-Noir, sobre las cuales se alza la chistera del pensamiento todavía misterioso de las postrimerías del siglo diecinueve. Se ha intentado, bien inútilmente hasta hoy, enumerar las invenciones enteramente gratuitas del autor de À se tordre, fruto de una imaginación poética equidistante entre la de Zenón de Elea y la de los niños: un fusil con calibre de un milímetro y donde la bala es sustituida por una verdadera aguja que puede atravesar quince o veinte hombres, enfilados, atados y empaquetados, de un solo disparo; peces viajeros, destinados a sustituir a las palomas en la transmisión de mensajes; acuariums de cristal opaco para pececitos tímidos; intensificación del foco luminoso de las luciérnagas; lubricación del océano para hacer inofensivas las tempestades; sacacorchos movido por la fuerza de la marea; secadora de bolsillo; casa-ascensor que se hunde en el suelo hasta el piso deseado; tren lanzado sobre diez láminas superpuestas corriendo cada una de ellas a una velocidad de veinte leguas por hora, etc; etc. Es obvio decir que la edificación de ese castillo de naipes mental exige primordialmente un profundo conocimiento de todos los recursos que ofrece la lengua, tanto sus secretos como sus trampas: “Era un gran escritor”, podrá decir, a la muerte de Alphonse Allais, el severo Jules Renard.

André Breton. Alphonse Allais (1854-1905). Antología del humor negro.

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