[ezcol_1third][/ezcol_1third] [ezcol_2third_end]Las Esperanzas de Pol Coronado
El príncipe del Dirty valenciano engalana de nuevo la galería Rosa Santos. En esta ocasión Coronado aprovecha la particular estructura de la galería, una sucesión vertical de cámaras, muy dificil de manejar, para presentarnos varias y contenidísimas instalaciones, sobre el sempiterno tema del azar.
Mientras nos hacemos mayores esperando el ordenador cuántico, deliciosa máquina que no sabemos si nos enseñará por fin a escribir libros, o a simular matemáticamente el ruido blanco, podemos simplemente recordar cuantos anhelos grandes y pequeños depositamos en la suerte, como si la vida fuera una perpetua fuente de regalos y sorpresas y cómo, en perfecta simetría, cuan poco reconocemos los dones de la diosa fortuna cuando ésta finalmente nos sonríe. No sabemos ni su nombre cuando tenemos las manos llenas de billetes. Y es que nos lo merecemos todo.
Si bien el azar puro, como la muerte, no puede en rigor pensarse, recordamos ahora que se trata de uno de los temas modernos por excelencia desde que Poe escribiera su maravilloso cuento del escarabajo de oro y Mallarmé, traductor suyo, propusiera aquello, tan falsario, de un coup de dés jamais n’abolira le hazard.
De esta línea de trabajo, tan cara a los artistas conceptuales, no pueden deducirse sin más los ardides de Pol Coronado, que esta vez en la esperanza de España, y para sorpresa de propios y extraños, ha renunciado a su burlón personaje para centrarse en los pormenores de un silencioso pero lisérgico anfiteatro. Si en el vestíbulo podemos degustar de varias toballas intervenidas, en los pisos superiores nos encontraremos con dos fabulosos photocalls, uno realizado con cupones de lotería, y otro con los mendicantes carteles de se vende. Entre los objetos destaca el gigantesco cono de copas de champán, con lucecitas. Y la nave va.
Luis Armand. UPV.
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Y esta vez un extracto de Poderoso dios es don dinero, de José Luis Clemente:
(…) Como viene poniendo muy claramente de manifiesto Damien Hirts, el arte y el dinero mantienen una relación muy estrecha. Tan estrecha y tan confusa –aun cuando muchos artistas se encarguen de ocultarlo— que podemos entender el arte como dinero y el dinero como arte. De todos es conocido cómo el arte desde antiguo se convirtió en una moneda de cambio. La subasta de su obra organizada por el propio Hirst culmina una estrategia con la que evidencia la disparatada especulación que se mueve alrededor del arte. Obras como el cráneo de diamantes, For the Love of God (2007), cuyo precio alcanzó los 74 millones de euros, o The golden calf (2008) constituyen una terrible metáfora de nuestro tiempo. Ya antes Warhol se recreó en la fascinación por el dinero, multiplicando los puntos de vista y formas de mirar un dólar, desde que en 1962 pintara por primera vez ese soberbio icono en Unititled (Roll of dollar bills). Duchamp, más elegante, no tocó el dinero. Prefería hablar con circunloquios. Con la obra Cheque Tzanck (1919) saldó la cuenta de su dentista. Duchamp dibujó a la perfección un cheque que el avispado dentista dio por bueno. Un gesto artístico que le pudo valer a Duchamp seguir hincando el diente al arte para hacer gruesa su digestión. Amante del juego, tanto como del azar, en la obra Rulette de Monte Carlo (1924) Duchamp, como dios Mercurio, exhibe descarado esas bajas pasiones. Con esta obra nos hace cómplices de las mismas, ofreciéndonos la posibilidad de participar en una sociedad con la que los accionistas podrían ganar dinero fácil. “Los bonos para explotar la Ruleta de Montecarlo —señaló Juan Antonio Ramírez—, fueron algo más que una aventura económica: se trata de una máquina óptica ya hecha (ready made) y de una alegoría sobre la ganancia (el éxito) del artista y el azar. […] El sistema no funcionó, por supuesto, pero nos ha quedado el testimonio de un curioso interés por parte del artista en ese mecanismo giratorio tan particular que aporta la fortuna o la pérdida”*.
En un gesto de generosidad artística con las obras que conforman el proyecto La esperanza de España, Pol Coronado decide compartir con el espectador el sueño de un premio de lotería. Una gran tarta de copas de champagne desde el suelo, piso a piso, se dispone al alcance del espectador para hacerlo partícipe de una celebración que está a punto. Entretanto, diversos haces de luz de láser llena las copas y reflejan su vacío en las paredes tapizadas de cupones de lotería, provocando una borrachera que por momentos podría resultar hipnótica. De ese modo es como Coronado deja al espectador adelantarse a los acontecimientos, invitado privilegiado para tomar parte de un sueño que está aún formándose.
En las paredes acertamos a ver una letanía de números, un sumatorio de anhelos. Uno a uno, uno tras otro, los cupones se adhieren a la pared para hacer recuento de cuantas esperanzas, y también frustraciones, han pasado de mano en mano, arrugados, cuarteados o perfectamente doblados, antes de acabar en la papelera. En la pared, en un tapiz de terciopelo, se recomponen sueños y se acomodan ilusiones a la espera de que a mí también me sonría la fortuna.
De otra parte, en la instalación Se vende (2011), otras paredes ponen precio a la medida de otro anhelo, el de poseer una casa. Según se mire, podemos también ver en ella la desdicha de perderla. Carteles de toda suerte y condición, con el repetitivo anuncio de Se vende, se amalgaman de tal manera que no dejan hueco en la pared sin empapelar. Con ello, Coronado da lugar a un variopinto catálogo de productos inmobiliarios, aquéllos que durante años han afianzado nuestra pertenencia al próspero territorio del ladrillo. La oferta que es llamativa, no es sino la que puebla nuestras ciudades, adornando de bizarro conceptualismo nuestras ventanas y balcones; aquélla que ha hipotecado nuestros sueños de por vida en el país de Jauja.
El vídeo Sin título (2011) se detiene en la quietud de la luna, tan sólo eclipsada, a veces, por el caprichoso recorrido de unas nubes. Todo es ensimismamiento. No hay danzas macabras ni aquelarres. Tampoco hombres lobos ni murciélagos. Ni siquiera enamorados. No hay personajes. No pasa nada. Nada acontece. No hay acción. No hay historia, salvo la que pueda exorcizar un desengaño, cuando suena de fondo Judy Garland.
Sonríe aunque te duela el corazón
Sonríe, a pesar de que algo se está rompiendo
Cuando hay nubes en el cielo, que obtendrás
si sonríes, a través de tu miedo y dolor.
Sonríe, y habrá mañana.
Verás la salida del sol brillando
Si tú…
Ilumina tu cara con alegría.
Ocultar todo rastro de tristeza
aunque una lágrima puede estar siempre tan cerca,
ese es el tiempo, tú debes seguir intentándolo
Sonríe, ¿de qué sirve llorar?
Tú verás que la vida sigue mereciendo la pena,
Si tú acabas de…
Ilumina tu cara con alegría.
Ocultar todo rastro de tristeza.
Aunque una lágrima puede estar siempre tan cerca,
Ese es el tiempo, tú debes seguir intentándolo
Sonríe, ¿de qué sirve llorar?
Tú encontrarás que la vida sigue mereciendo la pena,
Tú acabas de…
Sonreír
Y ahora sí, no queda nada, más que caer dormidos, muertos por un sueño, el que ciega nuestros días e ilumina nuestras noches a la luna boba.
José Luis Clemente.
NOTA: * Ramírez, Juan Antonio. Marcel Duchamp: El amor y la muerte incluso, Ediciones Siruela, Madrid, 1995, p. 180.
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